SEMBLANZA DE FRANCISCA DE PEDRAZA


Despedimos este año  con la semblanza que nos proporciona Ignacio Ruiz Rodríguez en el discurso que pronunció el 1 de diciembre de 2016  en el Acto de Entrega del "I premio Francisca de Pedraza contra la violencia de género".  

Se recoge esta semblanza transcrita en el Puerta de Madrid diario semanal de Alcalá de Henares, de 10 de Diciembre de 2016 y ahora en nuestro blog.

Podemos seguir todo el Acto en el siguiente enlace de youtube:



Foto de Pilar Navío

      "La Historia de nuestra protagonista Francisca de Pedraza puede ser similar a la que podría haber vivido cualquier mujer en España o en otro lugar de Europa de finales del XVI y principios del XVII. Se trata  de una historia escrita en letras de discriminación y sometimiento por cuanto el papel de la mujer estaba sometido al varón.

      Así el rol de la mujer dentro de un mundo construído por hombres y para hombres no era otro que el del matrimonio o convento. La primer etapa de aquel calvario comenzaba en el seno de la propia familia, en donde las hijas quedaban bajo la tutela del padre, desempeñando un papel siempre al servicio del mismo. Tras esos primeros años el matrimonio en muchas ocasiones pactado entre familias, suponía la salida de la adolescente del seno familiar, para pasar a depender de su marido. Francisca de Pedraza pronto quedará huérfana de padres, por lo que fue educada por las monjas complutenses. Los rezos y la formación en el servicio y la  austeridad, fueron seguramente su día a día , pasando de este modo su infancia e inicio de la adolescencia en un ambiente conventual. En un momento dado vino a contraer matrimonio, era el año 1612, en el pleno convencimiento que al lado de aquel hombre se desarrollaría como mujer. Nada más lejos de la realidad, ya que el matrimonio con Jerónimo de Jaras su marido vino a demostrar, una vez más, cuán cruel era la vida de las mujeres. Desgraciadamente para ella habría de ser más dura si cabe, ya que no tardaría en recibir las primeras palizas y vejaciones. Golpes, palos y otra serie de crueles malos tratos fueron el eje vertebrador de aquel matrimonio a lo largo del tiempo, todos ellos recibidos por esta mujer con la mayor expresión de la violencia, pero también de impunidad de su agresor y marido, ya que muchos de sus vecinos entendían que esta práctica no dejaba de ser lo habitual, que el marido corrigiera de aquella forma los defectos propios de las mujeres. Fueron estos los que en lugar de apoyar o defender a Francisca, la criticaron, cuando en el año 1614 decidió huir desde su domicilio a aquel convento en donde durante años había encontrado la paz y el sosiego. Sin embargo, allí iría a buscarla su marido, el cual, tras prometer que la cosa cambiaría, que la trataría bien, consiguió que regresara a casa. Pero lejos de obtener la paz, comprobó que también podía existir el infierno en la Tierra, ese infierno era la convivencia conyugal, ya que continuaron los malos tratos, incluso ahora con una mayo crueldad. Harta de humillaciones físicas y psicológicas Francisca decidió cierto día poner fin a su suplicio. En este sentido, lo natural habría sido el suicidio o la huida, por más que dejará atras a los dos hijos engendrados tras múltiples violaciones. Ella intentó acabar con todo ello acudiendo a la justicia de los hombres, primero a la ordinaria en 1619 luego a la eclesiástica en los años 1620 y 1622 y , finalmente de manera inaudita a la universitaria en 1624.
       Ante todas ellas desprovista de su intimidad, de su jubón mostró las múltiples muestras que la crueldad de su marido había dejado en su rostro y cuerpo. Eran las muestras que la mano agresora de un monstruo plasmaba en su debil cuerpo de mujer. Débil cuerpo pero con una fuerza interior inmensa. Sabía que era una mujer, frente a un mundo, un mundo creado por los hombres, de los hombres y para los hombres, por ello estaba dispuesta a presentar batalla.
      Resulta curioso ver que las reiteradas demandas presentadas ante la jurisdicción eclesiástica, que tenía la competencia sobre asuntos de esta naturaleza, siempre terminaba con una lacónica condena al marido a que fuese "...Bueno, honesto y considerado con la demandante y no le haga semejantes malos tratamientos como se dice que le hace...."Unas sentencias que obligaban a Francisca de Pedraza a convivir con su maltratador, con su marido.
      Un día , cuando le pedía a Dios que se la llevase de este mundo, tuvo el coraje de pedir y conseguir una cédula del nuncio del Papa en tierras de España, que le permitía llevar su pleito a otra jurisdicción. Fue una chispa inspiradora, una brisa de aire fresco, una posible luz en ese largo túnel que fueron los malos tratos. Ella eligió la Universitaria, institución de hombres doctos e ilustres, entendiendo que en la Academia habría que conseguir justicia. Fue en la corte de justicia de la Universidad de Alcalá en donde vino a celebrarse el pleito del divorcio. Francisca de Pedraza mujer, esposa y madre, contra un monstruo, contra un maltratador, contra su esposo.
      Y allí se encontró al frente del Tribunal académico, a una de las personalidades más ilustres de esa histórica Universidad: Álvaro de Ayala el primer rector graduado en ambos derechos, canónico y privado. Fue este inmortal rector el que en apenas unos meses en ese ya mítico año de 1624 el que firmase una feliz sentencia: se hacía el divorcio obligando además a la devolución de la dote. Por si todo ello no fuese suficiente, introducía en su sentencia, una orden de alejamiento contra Jerónimo de Jaras y todos aquellos que pretendieran ejercer cualquier tipo de coerción contra aquella mujer: " ... y prohibimos y mandamos a dicho Jerónimo de Jaras no inquiete ni moleste a  al dicha Francisca de Pedraza...por sí ni por otra interpósita persona". Se había hecho justicia. Francisca de Pedraza se había enfrentado a un mundo de hombres, creado por hombres y para el deleite de los hombres, a través de un derecho de hombres ... y venció. Ella logró su objetivo el de vivir sin estar permanentemente marcada por la violencia de género, venció pero fue una isla diminuta en lo que continúo siendo un inmenso océano de discriminación que se habría de proyectar por desgracia hasta prácticamente nuestros días". 

      Estas fueron las palabras del profesor Ignacio Ruiz Rodríguez en el paraninfo de la Universidad de Alcalá, momentos antes de que se entregará el "I premio Francisca de Pedraza contra la violencia de género" al presidente Jose Luis Rodríguez Zapatero por toda su labor legislativa en pro de la igualdad  y en contra de la violencia de género. No ha habido otra sentencia igual en el siglo XVII ni XVIII, ni XIX habrá que esperar a muy avanzado el siglo XX.



      


Comentarios